Parte I
“No puede impedirse el viento, pero hay que saber hacer molinos”.
Don Quijote de la Mancha – Miguel de Cervantes Saavedra.
La Experiencia Espínola apareció como una brisa, cuasi onírica que en su camino nos trajo exquisitos aromas educativos. Así es que, sin siquiera pedir permiso, comenzó a meterse entre las hendijas de nuestros pensamientos hasta alcanzar un lugar privilegiado dentro de los debates reflexivos. Empezó a dibujarse un proyecto educativo que, durante un tiempo, permaneció bien cobijado entre imágenes inquietas e ideas que de mate en mate se fueron gestando para dar vida a los cimientos de esta historia sobre nuestros molinos de viento.
En su génesis, aparecen tres docentes de Paso Carrasco que venían reflexionando sobre aspectos comunitarios, sociales, educativos y pedagógicos en diálogo muy cercano con la realidad del barrio. Los tres, habían transitado diferentes rutas educativas y se sentían unidos por la misma convicción de que una nueva y renovada escuela era necesaria. Así es que, en una tarde de enero del 2004, luego de largas charlas, y sin tener ni lugar, ni recursos económicos para tal emprendimiento, decidieron comenzar a modelar los molinos para dar vida a aquel proyecto que pudo tomar forma a través de lo que hoy ya es un colegio y liceo plenamente constituidos.
Con un comienzo muy “sui generis”, solemos recordar aquel febrero del mismo año, en el que se abrieron las puertas por primera vez. Por la calle no pasaba nadie, ni corcel, ni “Don Quijote”, sin embargo, allí estaban dos de las directoras con una silla cada una en la puerta de un local en el cual se abriría la escuela. Con la expectativa intacta de sus sueños a flor de piel y la convicción de este nuevo proyecto ostentaron con humilde valentía su sonriente disponibilidad.
Casi sin darnos cuenta, en el primer año, las familias de aproximadamente 130 estudiantes confiaron en el Espínola. Desde ese momento y hasta ahora, muchas cosas han sucedido, muchas familias han pasado, de muchas vidas hemos sido parte y a muchos estudiantes hemos visto crecer. Del mismo modo, muchas crisis han desafiado la estabilidad, haciéndonos más fuertes y habilidosos. Justamente, es ese recorrido trazado en estos dieciocho años, lo que nos coloca en situación de querer compartir nuestra experiencia. Fueron y siguen siendo muchos los momentos en los que el viento aparece como soplando en contra o toma un giro que se cruza en el camino de nuestras intenciones, por ello es que sentimos que la riqueza es también tan grande como la convicción de Don Quijote o como la valentía de Francisco “Paco” Espínola. La educación se ha convertido en nuestro tesoro, en nuestro capital humano, ético y moral… y todo tesoro merece ser compartido, pues, como dice el dicho: “de nada sirve ser luz si esa luz no ilumina el camino de los demás”.
Siempre supimos que resulta imposible abrazar al viento, intentar detenerlo o retenerlo, pues el viento es libre y esa es la mejor enseñanza que nos deja, el viento nos toca la piel y es gracias a él que funcionan los molinos. Todos los seres humanos hemos de reconocernos como creadores de realidad. Nuestro mundo simbólico, así como nuestros saberes identificados o no identificados configuran todo un universo emocional, social y cultural. Por eso desde la experiencia Espínola hemos intentado crear nuestra propia realidad y compartirla, pues en esta institución la gran mayoría de las cosas se hacen (a)brazo partido, no solamente por el esfuerzo y la dedicación de todos los que forman parte del proyecto sino porque sabemos que nuestra realidad está habitada por historias, vidas y por personas que son relato y cuerpo… y que por lo tanto…nos podemos abrazar en cada encuentro si queremos. El abrazo del viento es muy parecido al abrazo educativo, pues el viento te envuelve, te acaricia, te sacude, remueve estructuras y hasta las destruye a veces para construir nuevas interpretaciones, sopla fuerte o suave, es resistencia para el avance y es empujón de espalda, es perturbador por momentos, así como suave y agradable, te regala frío o calor, te afecta y te deja siempre libre para crear tus propios escenarios de vida.
Compartir la experiencia Espínola, nos coloca en oportunidad de convidar a otros proyectos, los aprendizajes, las lecciones aprendidas, los des-aprendizajes en un acto de devolver a la comunidad educativa, aquello que nos ha dado.
Lucía Martínez Gomensoro